Teniendo en cuenta que en mi grupo de amigos aficionados a las actividades al aire libre todos estamos ya en la cuarentena, no creo que a nadie le extrañe saber que otra cosa que también nos encanta es ver porno de forma online, afición que tenemos desde jovencitos y, que al menos yo, no encuentro motivos para dejar. Mi mujer es bastante consciente de lo que me gustan los videos xxx y las películas porno, de hecho muchas veces hemos compartido este hobby, así que no tengo ni por qué negarlo ni por qué avergonzarme de hacerlo; y quiero pensar que mis camaradas estarán en la misma situación que yo.
Pero esto que os voy a contar sucedió algunos años atrás, cuando andábamos por la veintena y se nos ocurrió montar un grupo de senderismo. Al principio éramos apenas cinco colegas a los que muchos tachaban de locos, pero fuimos corriendo la voz y pronto se nos fueron añadiendo más gente, incluso algunas tías que a la larga se convirtieron en algunas de nuestras mujeres. Pero todavía faltaba para eso, estábamos empezando con nuestro club, pero al cabo de un año y medio de funcionar, se puede decir que nos iba bastante bien.
Quedábamos los fines de semana para hacer nuestras rutas, siempre que el tiempo nos lo permitía, claro. Por eso, cuando llegaba la primavera nuestra actividad se volvía frenética, y es que el calorcito nos subía los ánimos, aunque cuando se empezaron a sumar chicas a nuestro grupo, también empezaron a subirse otras cosas. Por mucho que quisiéramos ignorarlo, las camisetas pegadas de sudor a las tetas y los pantaloncitos cortos ceñidos al culo de las féminas cuando pasaban las horas, hacían que muchos de nosotros empezáramos a sentir el calor más intenso en ciertas partes de nuestro cuerpo; vamos, que nos poníamos calientes como monos. Y así empezó a gestarse nuestra primera experiencia de senderismo porno puro y duro.
Recuerdo que era más o menos esta época del año, y aunque todavía no había llegado el verano, ya hacía bastante calor, justamente como ahora. Aquel día nos habíamos desplazado a pocos kilómetros de nuestra ciudad, porque ya preveíamos que la ruta sería más corta de lo habitual, para que nadie quedara deshidratado por el calor ni sufriera ningún otro accidente. Cuando llevábamos una hora o así de camino, y aunque ni siquiera habíamos llegado a mediodía, ya empezamos a notar el sol iba haciendo su efecto y nuestros cuerpos comenzaban a cansarse y a transpirar. En el grupo seríamos unas veinte personas, más o menos repartidos a la mitad entre los dos géneros, y a esas alturas, cuando el sudor empezó a corrernos por todo el cuerpo, algunos de los hombres nos quitamos la camiseta, no sin antes habernos puesto protección contra los rayos UVA, por supuesto.
Al pronto, las chicas, un poco en broma, empezaron a protestar, diciendo que no era justo que los tíos pudiéramos andar sin camiseta, y ellas no pudieran hacer lo mismo. Y entonces, uno de mis colegas más avispados, las retó a que también lo hiciera; total, éramos todos amigos, y gente madura, y allí no había nadie más que fuera a escandalizarse. Era todo un desafío, y aunque lo dijo en tono de humor, yo sabía que éste era un calentorro que pagaba, a veces literalmente, por ver a una chica desnuda, o semidesnuda, si tal era el caso. Había que ver cómo respondían las tías a sus palabras.
Y entonces, la que años mas tarde sería mi mujer, y otra amiga más, se quitaron la camiseta, y quedaron en sujetador delante de nosotros. Al verlas, el resto de las chicas hicieron lo mismo, y como si fuera lo más natural del mundo, seguimos en camino como si no pasara nada, aunque a todos los tíos se nos iban los ojos detrás de aquellos pechos que ahora podíamos apreciar mucho mejor, viendo cuáles eran realmente sus tamaños, y descubriendo a tetonas que antes no nos lo parecían, o tetas bien formadas cuando antes no nos habíamos siquiera fijado. La verdad, el camino se estaba haciendo una tortura.
Y yo creo que las tías se dieron perfecta cuenta de esto, porque al llegar al primer claro y hacer una parada para descansar, una de ellas dijo que todavía no estábamos a la par, al menos no hasta que se quitaran los sujetadores y quedaran a pechos descubiertos, tal como los hombres. Yo ya estaba empalmado a estas alturas, lo reconozco, y ver esas tetas al aire me puso mucho peor, y desde luego no era el único; y parece que nuestra excitación se extendió a las tías, porque no sé muy bien en qué momento se acabo el andar, se formaron algunas parejas, y nos fuimos perdiendo por acá y por allá buscando privacidad… No sé cómo acabaron los otros, aunque imagino que como yo, que fue la primera vez que me tiré a la que luego acabó casándose conmigo.
Estas salidas xxx se repitieron durante algún tiempo, aunque sólo con un grupo selecto, ya que no queríamos que todo esto se supiera por ahí y la publicidad de nuestro club se viera dañada. Con los años fuimos dejando estas prácticas, mientras nos casábamos, o teníamos parejas estables, o nos hicimos padres… Pero aún hoy me pregunto si al final no podríamos haber patentado un nuevo tipo de actividad al aire libre, jeje.